Actualmente la educación superior en Chile se enfrenta a una serie de desafíos que requieren, cada vez con más urgencia, una atención estratégica y planificada por parte de la comunidad académica, las instituciones educativas y las autoridades del gobierno. Estos desafíos abarcan desde cuestiones éticas hasta la formación de profesionales íntegros. El ser, el saber y el hacer cobran más importancia que nunca frente al contexto actual en la educación superior.
En este mundo cada vez más vertiginoso, dinámico, globalizado e intercultural es imprescindible repensar las competencias que hemos utilizado hasta ahora. El acelerado avance de la tecnología y, en consecuencia, los cambios en el mercado laboral, por ejemplo, exigen una permanente revisión, evaluación y actualización de las competencias que se desarrollan en la educación superior, puesto que aquello es esencial para la empleabilidad y el éxito profesional. Incorporar habilidades blandas como el pensamiento crítico, la resolución de problemas, la comunicación efectiva y eficaz y el trabajo colaborativo, así como habilidades técnicas y digitales relevantes para cada área disciplinar, son imprescindibles para hoy y para el futuro.
Un segundo desafío en la educación superior es garantizar el acceso equitativo en un contexto de desigualdad, como lo es Chile. En este sentido es fundamental asegurar que todos los estudiantes, independiente de su situación económica o localización geográfica, cuenten con las herramientas y recursos pedagógicos para aprender. Es necesario eliminar los obstáculos tecnológicos y financieros que limitan el derecho a una educación de calidad. En este contexto las brechas digitales no deben traducirse también en brechas educativas. Las casas de estudio y el estado deben colaborar para promover la inclusión digital, desarrollando iniciativas que faciliten una educación remota accesible y de calidad para todos. Solo disminuyendo la fractura digital podremos acercarnos a la equidad que requiere nuestro sistema educativo.
En este momento en que la tecnología avanza a pasos agigantados, la inteligencia artificial representa un gran desafío a enfrentar no solo por sus ventajas, sino principalmente por el uso que se le puede dar en el campo de la enseñanza y el aprendizaje. Unido a esto, surge también el problema del uso ético de los datos y el acceso equitativo a esta tecnología. Es fundamental que la inteligencia artificial se emplee como una herramienta complementaria al proceso educativo, sin pretender remplazar la interacción humana ni la enseñanza personalizada que brinda el docente y la experiencia de aprendizaje en el aula, virtual o presencial. Del mismo modo, es crucial respetar la privacidad de la información de quienes participan de estos procesos y asegurar que todos tengan las mismas posibilidades de aprovechar los beneficios que pueda aportar su utilización responsable. En última instancia, el desafío radica en encontrar el equilibrio adecuado entre el uso de la tecnología y la preservación de la esencia humana de la educación. La verdadera innovación proviene de la mente de las personas, no de las computadoras. O pensado desde otro ángulo: la IA tiene como gran propósito parecerse a las propias personas y dejar de verse como una máquina.
Sumando a lo anterior, las instituciones de educación superior se enfrentan al desafío continuo de cultivar en los estudiantes una pasión intrínseca por aprender, más allá de las evaluaciones y los resultados. En cada una de sus áreas disciplinares, las universidades deberían crear un ambiente de curiosidad, exploración y descubrimiento, donde los alumnos se sientan motivados e involucrados en su propio proceso de aprendizaje. Relacionado con el ser del individuo, el bienestar físico y emocional es un componente esencial de la enseñanza superior, tanto para su éxito académico como para su realización personal. Una sana inteligencia emocional resulta fundamental tanto para los individuos como para la comunidad universitaria en su conjunto. Por ello, es menester que las instituciones de educación superior promuevan este tipo de iniciativas.
Asimismo, la educación superior debe articularse de acuerdo con las inquietudes de la sociedad, y no puede ignorar las demandas del contexto político, social y económico actual. Las casas de estudio poseen el deber de preparar a ciudadanos conscientes y comprometidos, que examinen con mirada crítica las circunstancias del país. Esto supone estimular el pensamiento independiente y la participación cívica, promover el intercambio y debate sobre cuestiones relevantes, y asociarse con actores clave para abordar desafíos comunales y aportar al desarrollo sostenible de la social.
Finalmente, es fundamental que las instituciones educativas revalúen sus enfoques pedagógicos para fomentar la creatividad y la imaginación en el aula. En un mundo cada vez más complejo, es crucial que el estudiantado desarrolle la habilidad de pensar de manera creativa, hallar soluciones originales a los problemas y adaptarse a situaciones nuevas y desafiantes. La creatividad es tan relevante como la alfabetización y merece ser abordada con igual importancia (Ken Robinson). La creatividad y la imaginación no solo son importantes para el desarrollo personal y profesional de los estudiantes, sino que también son esenciales para abordar los desafíos globales. Al cultivar la creatividad en la educación superior, estamos preparando a los estudiantes para ser innovadores y líderes en sus campos disciplinares e interdisciplinares, capaces de generar soluciones creativas a los problemas sociales, económicos y ambientales más apremiantes de nuestro tiempo.
Como se ha revisado en esta breve reflexión, la educación superior en Chile enfrenta una serie de complejos desafíos que requieren una respuesta integral y colaborativa por parte de todos los actores involucrados. Es crucial que las instituciones educativas, las autoridades gubernamentales, la comunidad académica y la sociedad en su conjunto trabajemos para unir sinergias y comprender que la educación integral es responsabilidad de todas y todos.